Aún hoy, la leyenda afirma que vaga por el castillo, asomandóse a las ventanas y repitiendo la frase que le caracteriza en vida: “el verdadero Papa soy yo”
Casi ahogada por el Mediterraneo que la envuelve, Peñíscola es el perfil amurallado de la vieja población de empinadas calles de cantos rodados; es también la silueta desafiante del castillo; pero sobre todo, es la ciudad del Papa Luna, aquel Benedicto XIII que, llevado de su caracter bravo, animó durante años el Cisma de Occidente. Ciudad para la historia amasada en sol, mar y roca. Peñíscola es un monumento a la historia de aquel que escribió una bella página de fidelidades.
Orgulloso peñasco adentrado en el mar que antaño fue un islote desprendido
de las ultimas estribaciones del Maestrazgo y que, poco a poco,
debido a la continua sedimentación arenosa, quedó unida
a la costa por medio de un tómbolo de arena.